Toda novedad no es sino un olvido.


Escuchaba latir su corazón [...] Corría su corazón, no había duda, detrás de sus costillas, encerrado, corría tras la vida, a tirones, pero en vano saltaba, no iba a alcanzarla. Estaba aviado. Pronto, a fuerza de tropezar, caería en la podredumbre, su corazón, chorreando, rojo, y babeando como una vieja granada aplastada. Así aparecería su corazón flácido, sobre el mármol, cortado por el bisturí después de la autopsia, al cabo de unos días. —Louis-Ferdinand Céline