Toda novedad no es sino un olvido.


De repente me paré, sin poder moverme, como sucede cuando vemos algo que no solo va dirigido a nuestro mirar, sino que requiere más profundas percepciones y se adueña de nuestro ser entero.  Una chica de rubio rojizo, que, al parecer, volvía de paseo, y que llevaba en la mano una azada de jardín, nos miraba, alzando el rostro, salpicado de manchitas de color de rosa.  Le brillaban mucho los negros ojos, y como yo no sabía entonces, ni he llegado luego a saberlo, reducir a sus elemento objetivos una impresión fuerte; como no tenía bastante de eso que se llama "espíritu de observación" para poder aislar la noción de su color, por mucho tiempo, cuando pensé en ella, el recuerdo del brillo de sus ojos se me presentaba como de vivísimo azul porque era rubia; de modo que quizá si no hubiera tenido ojos tan negros —cosa que tanto sorprendía al verla por primera vez— no me hubiera enamorado en ella tanto como me enamoraron, y más que nada sus ojos azules.