Toda novedad no es sino un olvido.


—¿Llamaba señorito?
—¡No; a ti no! Pero calla, ¿no te llamas tú Domingo?
—Sí señorito —respondió Domingo.
—¿Y por qué te llamas tú Domingo?
—Porque así me llaman.

Bien, muy bien —se dijo Augusto—; nos llamamos como nos llaman. En los tiempos homéricos tenían las personas dos nombres, el que le daban los hombres y el que le daban los dioses. —Miguel de Unamuno